Parece inimaginable acercarse desde la danza a ?Tristán e Isolda?, una ópera musicalmente sólida como una roca y de gran complejidad instrumental y argumental, pero al mismo tiempo sustentada en un tema universal y sencillo, accesible y cercano, aún en nuestros días, como es la imposibilidad del amor y la fortaleza de los que aman. Joëlle Bouvier, coreógrafa que formó parte de la vanguardia francesa de finales del siglo pasado desde su agrupación L?Esquisse, lo entendió perfectamente cuando se enfrentó, junto al solvente equipo del Ballet del Gran Teatro de Ginebra, a este título mayúsculo de Wagner. Confía todo el peso de su creación a la capacidad emocional de la danza y triunfa al conseguir erradicar la narrativa convencional de la ópera, contándola desde los cuerpos, el gesto y las emociones, sin perder en absoluto la tensión dramática ni dimensión trágica de la historia, aferrándose siempre a la grandiosidad y emotividad que hay en Wagner, pero no usándolas como vehículo para contar el fatídico relato de los dos jóvenes y cándidos amantes. A través de elementos muy simples ?una cuerda, una bandeja llena de tierra, una escalera de usos múltiples?, se distancia de la habitual monumentalidad escénica y del calculado realismo de la ópera, para ceder protagonismo a una danza expresiva, contenedora de emociones auténticas. En ese sentido, hay que subrayar que su propuesta no es en absoluto la ópera llevada al ballet, sino una coreografía, personal y autoral, que se nutre de las mismas emociones que en su día estimularon a Wagner. Después de todo, el amor y sus dificultades siguen teniendo hoy idéntica vigencia.
